Juan Luis Nougués dominó la escena central del civismo tucumano durante los siete años tendidos entre 1927 y 1934. Tuvo una aparición súbita y una trayectoria tan breve como fulgurante. Nadie hubiera podido sospechar que el hijo del prominente industrial conservador Juan Carlos Nougués y de doña Elvira Padilla, se embarcara en un estilo de política y de gobierno ubicado en las antípodas de lo marcaban su posición social y la fortuna de su familia.

Nació en 1898, completó el bachillerato en el Colegio Nacional y empezó en Buenos Aires estudios de abogacía que pronto abandonó. Se casó con una porteña y empezaron a nacer los hijos: tendría once en total, siete mujeres y cuatro varones. Un sitial en el directorio del ingenio Mercedes de los Padilla, y algunos negocios que emprendió con éxito, le daban suficiente para vivir con gran comodidad.

Era un hombre muy flaco, esbelto y distinguido, de vestimenta impecable: se decía que, en las fiestas, nadie llevaba el frac con tanta elegancia. En la conversación, derrochaba risa y simpatía.

En la Intendencia

Nunca le había interesado la política, aunque se había afiliado por inercia al Partido Liberal. Pero, en 1927, se le ocurrió intervenir en la elección del intendente municipal de Tucumán. De apuro, apoyado por un grupo de jóvenes, provocó una escisión que los capitostes liberales miraron con sonriente desdén.

No sospechaban que el joven Nougués se movería con destreza en los suburbios. Prometía proteger a los pobres y mejorar los destartalados servicios municipales. Su pequeño partido se llamaba Defensa Comunal. La gente los denominaba “los blancos” o “los banderitas” a sus sxeguiudores, porque usaban como símbolo banderas y pañuelos blancos.

El hecho sorpresivo fue que, con 4.731 votos, los “blancos” ganaron para Nougués la intendencia y la mayoría en el Concejo Deliberante. Asumió el 1 de junio de 1927. Eran tiempos difíciles. La Municipalidad estaba en quiebra (hasta se quería rematar su sede) y la gran huelga cañera sacudía la provincia.

La gran pavimentación

Nougués se abocó a poner orden en el caos. Logró que se le autorizara un empréstito exterior de 8 millones de pesos. Usaría la suma para arreglar el desastre financiero y para pavimentar la ciudad. Y mientras llegaba el dinero, empezó a ser noticia en los diarios su preocupación social.

Hizo arrancar las puertas del Hospital Santillán, porque “la enfermedad no tiene horario”. Exigió el inflexible cumplimiento de las ordenanzas de desinfección. Desbarató los mataderos clandestinos. Reformó de raíz la Asistencia Publica, con mayor personal, atención de 24 horas y reemplazó, con modernos furgones, las ambulancias tiradas por caballos, además de esparcir estaciones sanitarias por los barrios. Instituyó el servicio fúnebre gratuito. Y el 9 de octubre de 1928, iniciaba su obra magna: la pavimentación de 1.047 cuadras, lo que transformó indiscutiblemente la ciudad.

Nuevo período interrumpido

No fue extraño que, en 1929, fuera reelegido intendente municipal. Siguió a tambor batiente con la pavimentación, a tiempo que instalaba servicios sanitarios históricos: la Protección a la Infancia, con departamento de obstetricia y dispensario de lactantes, y el Instituto Antiluético, para enfrentar el pavoroso problema de la sífilis. Inauguró el Parque Avellaneda e inició la obra del Mercado de Abasto. Puso en vereda a la Eléctrica del Norte, rechazando sus nuevos tranvías por no ser “ni modernos ni nuevos”. .

Al mismo tiempo, la Defensa Comunal se convirtió en un partido organizado, con el nombre de Defensa Provincial Bandera Blanca. Esto dio pretexto al gobierno radical para acusarlo de hacer más política que administración. Los legisladores oficialistas armaron una comisión investigadora, que enrostró a Nougués cargos de gastos no autorizados y aumentos excesivos de sueldos, entre otros. Y la Municipalidad terminó intervenida, en mayo de 1930.

Meses más tarde, el golpe del 6 de setiembre tumbaba al presidente Hipólito Yrigoyen. En lo que quedaba del año y durante el siguiente, Nougués se dedicó a recorrer la provincia y organizar su candidatura a gobernador.

El gobernador

Finalmente, llegaron las elecciones, con el radicalismo abstenido. En el Colegio Electoral, Nougués obtuvo 26 votos contra los 21 del flamante Partido Demócrata Nacional. Entonces, el Partido Socialista le arrimó los 6 que necesitaba para ser ungido gobernador de Tucumán. Juró el cargo el 18 de febrero de 1932.

De entrada se le vino encima la crisis financiera, además de una escalada de huelgas: de los cañeros, de los quinteros y la descomunal de los estudiantes, que paralizó tres días la ciudad. El Gobierno no podía atender sus obligaciones ni pagar los sueldos. Ningún banco le prestaba dinero.

Proyectó, entonces, un gravamen de 2 centavos por kilogramo sobre el azúcar elaborado en las zafras de 1933 a 1935. Esto a la vez que enviaba a la Legislatura proyectos de corte populista: la ley del “sábado inglés”; la ley del asiento obligatorio en los lugares de trabajo; el Fondo de Obras Públicas y Asistencia Social, que se formaba con un adicional sobre la construcción directa y los artículos de tocador, por ejemplo.

Candente impuesto

La sanción del impuesto al azúcar (febrero de 1933) desencadenó la feroz oposición de los conservadores en la Legislatura. Sus diputados nacionales presentaron al Congreso un proyecto de intervención a Tucumán. Imputaban derroches, violencias e irregularidades diversas al gobierno, cuya popularidad decrecía. Las elecciones de legisladores (marzo de 1934), a las que concurrió el radicalismo, fueron un desastre para Nougués: sacó apenas el 12 por ciento de los votos.

El presidente de la Nación, Agustín P. Justo, gestionó la reconsideración del gravamen azucarero, pero Nougués rechazó todo arreglo. Ya estaba enfrentado con la Casa Rosada, pues había negado la adhesión a la Ley Nacional de Vialidad y a la de unificación de impuestos.

Exaltado e intrépido

Tenía Nougués una personalidad singular. Idolatrado por unos y aborrecido por otros, era capaz de confraternizar con la gente más humilde, y también de rodearse de un esplendor palaciego. El estilo de su gobierno lo apartó de la mayoría de sus viejas amistades. La cuna de oro lo había librado de toda cautela burguesa. Exaltado, intrépido y corajudo, atropellaba los obstáculos sin titubear. Lo enfurecía el falso federalismo. “Quiero más justicia en Tucumán y menos patrones desde Buenos Aires”, proclamaba.

En su mensaje a la Legislatura de 1934, ataviado de frac y banda de gobernador, defendió con pasión el impuesto a la molienda y sus otras medidas, a tiempo que se lanzaba contra el Ejecutivo Nacional. Lo acusó de “asedio financiero” contra su gobierno y afirmó que constantemente gravitaba sobre las autonomías provinciales, provocando perturbaciones que no se podían tolerar.

La intervención

En realidad, Nougués ya estaba sentenciado. Según José Luis Torres (dos veces su enérgico ministro), “comprando y pagando muy barato” a dos diputados, la Legislatura logró los dos tercios necesarios para iniciar un juicio político a Nougués, que se inició el 25 de abril de 1934.

En la sesión del 23 de mayo, cuando la Cámara acordaba suspender al gobernador, jinetes de la Policía ingresaron al recinto y la emprendieron a garrotazos contra los diputados, mientras volaban bancas y escritorios y los bomberos dirigían, contra los representantes del pueblo, el chorro de sus mangueras.

Era el final. Días más tarde, el presidente Justo enviaba al Congreso la documentación del caso tucumano. La ley de intervención se sancionó el 2 de junio, y el 9, asumió el comisionado federal, general Ricardo Solá.

Últimas apariciones

En los años que siguieron, Nougués se postuló dos veces (en 1936 y 1939) para intendente municipal, sin éxito. En 1943, en cambio, la Bandera Blanca hizo una buena elección y colocó en la jefatura de la Comuna a Isaías Nougués, hermano del ex gobernador. Pero la revolución militar de ese año terminó cancelando su mandato.

Volvió a aparecer en público en 1957, como candidato a gobernador de Tucumán por la Bandera Blanca. En esa campaña ocurrieron sus últimas apariciones públicas. Discursos de barricada donde, en algún momento, su ronca voz de fumador vibraba con el ímpetu de los años treinta. Pero los votos fueron para Celestino Gelsi.

El final

La política lo dejó en muy modesta situación. Vivía en un pequeño departamento de primer piso, en la esquina Salta y San Juan, amueblado con pobreza franciscana. Cierto día, una vecina lo oyó quejarse. Llamó entonces a su hermano Isaías, quien lo visitaba a diario, y que logró entrar al departamento saltando por un balcón del costado. Encontró a Juan Luis desmayado y lo cargó de urgencia, rumbo al Sanatorio Modelo.

Poco pudieron hacer los médicos. Juan Luis Nougués murió el 10 de marzo de 1960. El gobernador Gelsi pidió a la familia que fuera velado en el Salón Blanco. Así, volvió a entrar en esa Casa de Gobierno que había abandonado aquella fría mañana de junio de 1934.